domingo, 21 de octubre de 2012

Florence + the Machine: Algunas observaciones


La semana pasada, nuestra ciudad vio una edición más del multicitado festival Corona Capital, en el que la juventud (con excepciones [des]honrosas) se congrega para pretender que están en Coachella por algunas horas. Esto sería interesante de analizar en sí mismo, pero por ahora me centraré en la inusitada atención que se llevó el acto londinense Florence + the Machine. Digo inusitada porque, para no ser los headliners del evento y sí una banda con escasos dos álbumes, parece no haber otra cosa destacada qué comentar sobre el festival. Aclaro que no tengo nada contra la banda, pero hay ciertos fenómenos a su alrededor (fenómenos que han afectado mi vida bastante de cerca, he de admitir) que me son imposibles de ignorar. Podría simplemente molestarme y pretender que no existen; pero eso sería inefectivo y, además, innecesario. No he de ignorar a Florence + the Machine porque, para empezar, no merecen ser ignorados. Son un acto musical digno. Pero sí he de observar lo que sucede con ellos en cuanto a parafernalia de un modo más profundo que el de un fan, y menos escéptico que el de un hater. Así sea.

Recuerdo que hace un par de años comencé a tener consciencia de que este grupo andaba deambulando por allí, pero no los escuché hasta un tiempo después —cuando se volvieron una obsesión para mi entonces pareja sentimental. Desde entonces, el ascenso ha sido meteórico en todo aspecto. La primera vez que visité Wikipedia para informarme de dónde habían salido, eran la quinta opción después de escribir ‘Florence.’ Hoy son la segunda; superando a Florence Nightingale. ¿Saben quién es Florence Nightingale? Más les vale, porque la señora inventó lavarse las manos antes de operar a un paciente en los hospitales —todos deberíamos tenerle un altar en casa. Sinceramente dudo que Florence Welch y su pandilla tengan un mérito mayor a ese, pero no me quejo de que aparezcan por encima de la célebre enfermera: entiendo que el sitio Wikipedia basa sus rankings en relevancia cultural contemporánea. Ahora bien, ¿por qué Florence + the Machine tiene tanta relevancia cultural contemporánea? Mi tesis es que, más allá de su merito musical, el grupo dice algo acerca de nuestros tiempos, y de cómo nos vemos a nosotros mismos.


¿A que me refiero con que esto es algo que va más allá de la música? Bueno, veamos la música. Yo tengo un problema con la música de Florence —aunque estoy consciente de que no le sucede igual a todos. Lungs es un álbum vivaz y potente, y Ceremonials (como su título indica) es un álbum más solemne y elevado. Ambos son enteramente disfrutables, y he de admitir que ciertos cortes (pienso en “Dog Days are Over”, “Spectrum” o “What the Water Gave Me” entre unos otros) me parecen extremadamente buenos. El problema que tengo es este: si una canción de Florence aparece en un lugar público o en alguna fiesta, sé que es ella; pero si alguien me menciona a Florence en una conversación, sin estar la música presente, mi cabeza forma una canción que nunca ha existido, y que es una mezcla rara de Joanna Newsom, Kate Bush y Aretha Franklin. Esto es decir que no logro retener en mi cabeza el sonido concreto de Florence + the Machine; su voz propia se pierde entre las influencias. Esto puede ser porque no soy el target audience del grupo. O sea, alguien que se impresione por una voz soul competente puesta sobre art pop creativo y bien cuidado. He escuchado demasiadas voces soul más potentes, más emocionantes, como para sentir una conexión profunda con Florence. No culpo a los fans por sentir lo que sienten, porque todos tenemos una banda contemporánea que —ya sea por pura calidad o por nuestra ingenuidad de juventud— nos cautiva. Esta banda puede salir de cualquier sitio; puede ser The Who, Judas Priest o Korn, y todas las conexiones tienen la misma validez, puesto que te hacen sentir, cumpliendo el objetivo primordial del arte. La mía es Arcade Fire, y no habrá quién me juzgue equivocado. Sólo establezco la distancia que me separa de Florence + the Machine, así como alguien podría alegar que Arcade Fire le resulta indistinguible de Talking Heads. Sé que los fans no se sienten así; sé que pueden distinguir cualquier acorde de cualquiera de sus canciones; y lo respeto, pero hay ciertas cosas que me hacen pensar que no estoy sólo.

Si bien el párrafo anterior divagó un poco, creo que logró demostrar que la música de Florence tiene influencias claras, y es terrenal. Definitivamente no estamos ante alguien que esté reinventando un género —sólo ante alguien que lo sabe ejecutar muy bien. ¿Por qué, entonces, el grupo despierta tales pasiones? Creo que incluso los fans más acérrimos tienen la respuesta, y es más simple de lo que creen: Florence, y punto. Es imposible negar que la personalidad de la mujer sea arrolladora, vívida y eternamente llamativa. No por nada apareció en la primera página del periódico al día siguiente del festival, a pesar de que éste fue cerrado por New Order —banda con mucha más trayectoria. Digo que apareció porque sólo lo hizo ella; no hay rastros de la banda, ni siquiera de Isabella (la famosa ‘Machine’).

Ya que llegamos a Isabella, usémosla como llave para nuestro argumento. Adjunto su fotografía. No es precisamente fea, ¿o sí? Quizá sus ojos son demasiado grandes para su rostro, pero no es ningún adefesio. ¿Por qué nadie parece prestarle atención del mismo modo que a Florence? ¿Sólo por no ser la cantante? ¿O es acaso Florence una diosa griega? No, no lo es —he oído a varia gente decir que tiene cara de hombre—, pero sí es el epítome de una noción cultural arraigadísima en nuestros tiempos: la Manic Pixie Dream Girl. El crítico de cine Nathan Rabin, creador del término, lo describe de la siguiente forma:


Esa burbujeante y vacía criatura cinemática que existe solamente en las exaltadas imaginaciones de directores-escritores sensibles para enseñarles a hombres pensativos y llenos de alma a apreciar la vida y sus misterios y aventuras infinitos.

Burbujeante sí es. Vacía no está, de hecho parece ser una buena persona; pero su imagen sí está diseñada de acuerdo a preceptos de mercadeo que podrían considerarse vacíos. Y se podría decir que enseña a sus escuchas a apreciar la vida y sus misterios/aventuras, claro, porque su personalidad extrovertida, excéntrica y ‘única’ incita a vivir el presente sin arrepentimientos ni inhibiciones. Pero nos saltamos algo, y ahí está la clave. A diferencia de los personajes de Kirsten Dunst en Eternal Sunshine of the Spotless Mind o Kate Hudson en Almost Famous, Florence Welch existe de verdad. No sólo existe, sino que tiene TODO lo que una Manic Pixie Dream Girl debe tener, y es casi todo lo que una chica perfecta (de acuerdo a los medios) debe ser. Es simpática, escribe canciones, es alta, tiene el cabello de un color extraño, se viste de forma impredecible y exorbitante, es delgada, es indie, maneja múltiples instrumentos musicales (entre ellos el arpa), tiene ropa que marca tendencia en moda, en fin... lo es todo. Eso le ha llevado a tener la relevancia cultural que goza hoy en día, pero también la ha separado de alguna porción de la audiencia.

Durante el último año, periodo en que la popularidad de Florence y compañía ha levantado como levadura en esteroides, he registrado que el grupo —en específico la vocalista multicitada— es idolatrado por un demográfico específico de gente. Chicas hetero (en ocasiones se dicen heteroflexibles, pero nadie les cree) entre las edades de 15 y 23. También conozco a un par de chicos gay que la aman. Sólo es apreciada, dentro de mi círculo, por dos chicos heterosexuales además de mí mismo, y todos en términos de “es buena, pero hasta ahí.” Es decir, en términos musicales. Me aventuro a ofrecer una teoría sobre porque. A pesar de que en algunos de nosotros parezca lo contrario, los hombres somos criaturas inseguras. Queremos estar con una mujer única, sensible y excéntrica (fue aprovechando esa fantasía que se inventó la Manic Pixie Dream Girl), pero queremos que en el fondo sea humana y alcanzable. Queremos alguien a quién cuidar. Con alguien como Florence, que es TODO a la vez, uno siente que nunca llegará a su nivel, y eso no resulta atractivo. Las mujeres, en cambio, en esta sociedad liberada, buscan cada vez más el control en las relaciones sentimentales. Florence se ve y siente poderosa; no sólo por su físico sino porque lo representa TODO; es un bastión de enorme fuerza, una declaración sobre lo que toda chica puede llegar a ser. En resumen, los chicos preferirían alguien más alcanzable, como Zooey Deschanel en prácticamente todos sus papeles cinematográficos. Alguien con excentricidad, alguien adorable, pero con fallas. Las chicas, en cambio, buscan en Florence una imagen ideal, la cúspide de una estética que venía décadas construyéndose. Esto muestra un espacio quizá insalvable entre lo que las chicas quieren ser, y aquello con lo que los hombres quieren estar. Y eso, si se me permite decirlo, es una pequeña tragedia.

Quiero aclarar que mi anterior aseveración no busca generalizar: conozco chicas hetero quienes desprecian a Florence + the Machine, y no dudo que a algún chico hetero le encanten. Simplemente es una idea panorámica que debe ser aplicada más o menos a cada caso, y que podría ayudar a comprender el porqué de la reacción en masa a una simple banda art pop de Londres, Inglaterra.

Como siempre, será el tiempo quien dirá lo que recordaremos de Florence Welch y su grupo en el futuro. No pretendo decir que he descubierto una verdad inamovible, ni la hebra negra de nada. El núcleo de las cosas suele estar enredado y ser inaccesible a personas tan inexpertas como un servidor. Es posible que haya cosas que yo, sin ser fan ni hater, no pueda comprender. Pero por lo pronto, apenas 3 años después del estreno de su LP debut, resulta pertinente ponerse a pensar, aunque sea de un modo amateur, en las razones de su éxito. Y es que me niego a pensar —escéptico e insoportable como siempre— que Florence simplemente “cante muy bonito.” Por eso, quizá sea yo un ingenuo. Pero en este caso no lo creo, de verdad que no lo creo…

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