martes, 31 de diciembre de 2013

Modern Vampires of the City





  • Vampire Weekend
  • 2013
  • XL
  • 43 min.
  • Art Pop / Indie Rock



El tercer intento de estudio producido por Vampire Weekend es el mejor álbum de año; pero no para mí. Hoy quería sentarme a escribir algo sobre música y, siendo que es 31 de diciembre, lo más obvio sería soltarles una lista con mis mejores álbumes del 2013, pero la verdad es que no soy de esas personas que escuchan todo lo que sale en el momento en el que sale. Este año no escuché lo nuevo de Nick Cave o el tan laureado disco de Julia Holter, por ejemplo. También pensé en hacer una lista con discos viejos que yo no escuché hasta este año, por una razón u otra. Se me ocurren Trespassers de Kashmir, Visitations, de Clinic y Family Tree: The Roots, de Radical Face. Pero en realidad no estoy de humor para listas. Quería escribir una simple pieza de crítica —algo menos estadístico y más instintivo—, pero al mismo tiempo quería que la pieza fuera un guiño en reconocimiento al año que se va (¿o nos vamos nosotros?). Así que decidí hacer una reseña del que fue el disco #1 de 2013 en la lista de otra persona. Otras personas, mejor dicho. Un ejército de personas. Una miríada de audífonos. Un cardumen de capuccinos. La conjura de los necios. Pitchfork themselves.

Debo empezar por admitir que nunca me ha agradado Vampire Weekend; ni un poquito. Carajo, el problema me viene desde sus portadas. Vampire Weekend siempre ha sido para mí la bandera del demográfico instagram, del rock diluido y pintado en colores pastel, de la generación que pone una frase cualquiera encima en Helvetica encima de una foto cualquiera y llama al resultado Arte. Tanto su debut homónimo como su segundo esfuerzo, Contra, me parecen pálidas interpretaciones musicales de un mundo en donde todas las rocas son hule espuma y las agujas, papel bond. Son discos blandos, discos de adolescentes a quienes no tengo siquiera que mirar para saber que tienen un suéter turquesa en el closet. ¿Algo cambia para el tercer disco? Pues no, pero sí, un poco, algo. Bastante. Modern Vampires of the City nos presenta a una banda dispuesta a cumplir lo que el título promete; abandonan por la mayor parte esa fachada exotica tan irritante que los distinguía hasta ahora (ya saben, esa capaz de rimar horchata con balaclava y arruinar así una perfectamente bonita melodía), y se quedan con lo que deberían haber extraído desde el principio de sus marcadas influencias tropicales: la música pura. Los pequeños toques tribales, las palmas y bongos omnipresentes, las maracas seseantes, todo ello sigue ahí. Pero han dado un giro lírico crucial: han aceptado que son americanos blancos con suéteres turquesas en el closet, que viven en la ciudad, que están atrapados en la modernidad. Modern Vampires of the City es un gran ejemplo de aquella máxima siempre socorrida por los gurús de la autoayuda. Aceptarte a ti mismo, dejar de pretender y posar, realmente mejora los resultados.

miércoles, 20 de noviembre de 2013

DesLiteratura: El rol intermedial de la crítica musical



NOTA: lo siguiente es un ensayo académico (o al menos eso creo); si se le piensa leer entero preparen una silla cómoda.


"La música expresa todo aquello que no puede decirse con palabras y no puede quedar en el silencio."
Victor Hugo

"Anyway, rock criticism is below police reporting and horoscopes in the literary hierarchy [...]"
Robert Christgau

Muy a menudo se le confiere a la música cualidades etéreas, inefables, intocables. Los lugares comunes abundan: se dice que es el más inaprehensible y puro de las artes, que ninguna palabra se le acerca, que las esferas del universo vibran a ritmos musicales. ¿Pero no son todas esas nociones, al fin y al cabo, construcciones verbales en sí mismas? Averiguar si en verdad la música tiene más poder y alcance que cualquier otro arte sería un proyecto inacabable además de infructuoso, puesto que al fin y al cabo todo está sujeto a la subjetividad de quien experimenta la obra en cuestión. No sé si la música pueda expresar cosas que otras artes no logren. ¿Pero podrán estos otros artes o medios re-expresar a la música? Es decir, una vez que la obra musical ya existe, ¿es posible que otro sistema semiótico —en concreto la palabra escrita— logre reproducir y transmitir la experiencia musical a quien no ha escuchado la pieza original? Esta cuestión, en su vertiente periodística en vez de narrativa o poética, constituye un área intrigantemente poco explorada por la comparatística, sobre todo considerando lo cercana que es a nuestro panorama cultural diario. Y es que la crítica musical siempre está presente; institucionalizada en forma de libros, blogs, revistas; llevando a cabo un papel terciario entre arte y sociedad que sería imposible sin el uso de ciertos métodos intermediales.

sábado, 10 de agosto de 2013

De lo que hablo cuando hablo de indie



No soy indie.
—Yo, en mi último artículo

Chale, qué es eso de “yo no soy indie.” -_- (sic.)
—Alguien, sobre mi último artículo

En ocasiones olvido que las palabras pueden unir o dividir a las personas. Uno pensaría que al leer tanto libro y tener tanta práctica argumentando en forma de ensayo uno tendría una ventaja al momento de discutir en el mundo real, pero no, para nada. De hecho, encuentro que te da una cierta desventaja. Al interactuar de un modo tan vigoroso con las maquinaciones de tu propio cerebro te haces de un lenguaje muy detallado, muy preciso y muy lógico… pero sólo para ti. Uno se acostumbra a enamorarse de su voz y del curso natural de los pensamientos propios, y olvida que en realidad no hay modo de hacer a otra persona entender lo que una palabra significa para ti. A menos que te tomes el tiempo de explicarlo, claro, y aun entonces uno puede tener fallas.

‘Indie’ no es una palabra muy común que digamos. Para empezar, hace 20 años apenas y era una palabra: es una de esas cosas que se integran al imaginario colectivo después de un periodo muy corto, y cuya definición es tan difusa que de pronto de desparrama. Así es como ‘indie’ ha dejado de ser un término únicamente aplicable a la música o el arte producidos de manera independiente (¿y qué es eso?) y ha empezado a significar otras cosas. Cosas que contradicen el significado original de la palabra, además. Ahora ‘indie’ no es sólo un prefijo que puesto frente a ‘rock’ quiere decir que la banda en cuestión no se ha vendido; es toda una forma de ser. La camisa a cuadros o la blusita vaporosa, dependiendo del sexo; las ensaladas de ingredientes impronunciables; el rechazo instintivo a lo que “todos conocen”; los zapatos de tela despintada que cuestan $600; el carrusel de cultura consumible que se olvida en dos semanas y es reemplazada. Todos conocemos gente así, o al menos notamos su presencia en medios de comunicación; medios que, por supuesto, son a su vez descritos como ‘indie’, a pesar de que la revista Warp sea patrocinada por Telcel o la Indie Rocks! tenga promociones en colaboración con Nike o HP. Lo indie se ha vuelto más un concepto etéreo que una realidad; la independencia que creó la palabra se está difuminando.

miércoles, 3 de julio de 2013

Cómo sentir: El periodismo musical alternativo


Escribir no es un juego. No voy a venir aquí a decirles que he ganado el premio Cervantes, porque todos sabemos que no es cierto, pero la verdad es que me precio de hacer esto bien. Cada que lo hago, cada palabra se transfigura en una pieza, un ladrillo, algo que poco a poco se acumula sobre el espacio blanco de una hoja hasta ser una idea concisa —o un cúmulo de ellas. No siempre están completas o son muy brillantes, pero eso es parte del encanto. Explorar; caer; levantarte. Sí, escribir es una cosa así, fluctuante y hasta divertida, pero habría que ser muy ingenuo para pensar que es sólo un juego. Imaginen que actúan en una obra: es entretenido, es ameno, te permite expresarte de un modo libre, pero si en la noche del estreno te quedas en blanco ante 200 personas, no habrá átomo en tu ser que considere esa vergüenza un juego. Será una humillación; será un fracaso en serio. Es lo mismo con la escritura —si te la tomas a juego nunca vas a llegar muy lejos, y corres el riesgo de quedar expuesto ante el mundo como un cerebro menor, un perico que articula sin comprender gran cosa. Escribir es vivir en palabras, nada menos.

Partiendo de ahí se puede llegar a la médula de mucha escritura superficial, pero no hay tiempo para tanto. Sólo quisiera hablar de lo que a este blog le atañe, que es lo musical. ¿A ustedes les satisface el periodismo musical “alternativo” de LifeBoxset o Sopitas.com? ¿Las reseñitas de los periódicos o los párrafos condensados de Rolling Stone? Cuando comencé a escribir esta pieza entré al primer sitio web que mencioné, LifeBoxset, sin saber que tiene una sección llamada “columnas”. Cuando la vi por un momento pensé que podría ser un obstáculo para mi artículo, puesto que si en realidad el sitio estaba permitiendo a los escritores hablar con libertad y ambición de temas musicales yo no tenía de qué quejarme. Pero incluso estas “columnas” duran 800 palabras en promedio. Y estos escritores no son Raymond Carver; no es que posean la capacidad de decir millones de cosas en una página, sino que sus artículos no miden lo que deberían. En cierta columna sobre Heavy Metal, uno de los comentaristas reclamaba la omisión de bandas inamovibles para la escena metalera en México, como Epica o Sonata Arctica. Es obvio: en 800 palabras sólo cabe Iron Maiden, Black Sabbath, Metallica y algún afortunado más. Es como si estos columnistas no estuvieran escribiendo para cubrir su tema, sino para cubrir su cuota.

martes, 18 de junio de 2013

Kveikur


Sigur Rós
(2013)


Sigur Rós no es una banda que sólo te gusta, sino una que también te importa. Todos ellos son una invitación a ello, con el idioma extraño y a veces inventado, los videos cinematográficos bellísimos, la voz inconfundible… Enfrentémoslo: para el 85% de la población escucha, el post-rock empieza y acaba con ellos. Según los sitios web más especializados, los mejores álbumes del género son producto de Godspeed You! Black Emperor y de Talk Talk tanto como de estos islandeses, pero eso poco importa para la gran mayoría. Godspeed es una banda genial, pero inmensamente política e ideológica; Talk Talk son simplemente muy difíciles de disfrutar a un nivel superficial. Hay otras opciones, como Explosions in the Sky, Red Sparowes, Russian Circles o incluso los pesadísimos y resucitados Swans, pero ninguno tiene el impacto inmediato del grupillo misterioso de nórdicos liderado por voces y ganchos pop encantadores. La mayoría de las bandas post-rock son instrumentales, y las que no (como Godspeed) suelen apabullar a sus escuchas con ideas e ideales. Sigur Rós no hace ninguna de las dos cosas: el elemento vocal provisto por Jónsi es indispensable para la ecuación, pero más que nada de un modo fonético, puesto que casi nadie entiende islandés –cuando no están cantando en sílabas inventadas, claro. Todo esto hace de la banda ártica el exponente más disfrutable de su género, el que ha llegado a más personas y el que las toca en sitios más profundos. Sitios que residen donde ya no importa tu ideología, ni tu idioma, sino sólo la experiencia total de la música. Son entonces y sin duda una banda importante.

El segundo consenso al que la población escucha ha llegado acerca de ellos es un tanto menos positivo: su música es bonita. No es una palabra que se escuche mucho en reseñas profesionales (o al menos pretenciosas), pero es lo que uno oye más a menudo cuando se enfrenta a alguien con piezas como “Hoppípolla”, “Agœtis Byrjun” o “Inni mer Syngur Vitleysingur” por primera vez. Cuando compré ( ) hace unos años, lo puse en el carro y mi madre me dijo que estaba “bonito”, a pesar de que los fanáticos lo consideran el momento más catártico y oscuro de su carrera. No hay nada malo con ser bonito, pero sí cuando esa belleza se transforma en algo estéril, que se puede observar sin sentir nada, como un florero. En una entrevista hace unos pocos años, el bajista Georg Holm aceptó que sus álbumes se habían hecho cada vez más felices, y que habían perdido el enojo que los impulsaba en un principio. Dentro del espectro de lo bonito, Agœtis Byrjun (1999), por principio, es un álbum melancólico y reflexivo; ( ) (2002) es apocalíptico y catártico; pero después de ellos vinieron un par de discos muy alegres, Takk… (2005) y Med Sud y Eyrum vid Spilum Endelaust (2008). Éste último disco marcó un punto de quiebre en la carrera de la banda, al menos en mi cabeza. Takk…, a pesar de ser alegre, era impresionantemente fuerte, con su cascada de himnos a la emotividad humana. Med Sud y Eyrum…, en comparación, no era tan interesante, a pesar de un par de buenos cortes. Desde el título —que se traduce a algo así como “Con un zumbido en los oídos tocamos incesantemente”— parecía indicar que la banda había perdido algo de interés. Luego vino un hiatus, algunos rumores de separación y Valtari (2012), un disco casi por completo ambiental y congelado que hacía a uno preguntarse para qué querían un baterista. No lograba conectar con las emociones del escucha del modo que su trabajo anterior hacía. Era un florero. Luego, el multi-instrumentalista Kjartan Sveinsson partió y se nos anunció la venida de otro álbum, ya sin él. Y todos amamos a Sigur Rós, y a todos nos importa su destino, pero la verdad era que no sabíamos qué esperar. Podía ser una debacle.


domingo, 21 de abril de 2013

Popurrí de sencillos - Abril 2013


Sí, Audiorama vive. O mejor dicho, vive de nuevo, como un monstruo de la ficción gótica decimonónica. A pesar de que terminar el proyecto en una lista relativa al fin del mundo resultaba tentador y poético, he de admitir que hubiera sentido un pinchazo de arrepentimiento. Este proyecto me da una liberación, necesitada, del mundo de los libros —que aunque maravilloso, llega a cegar ante otras cosas, a dejarlo a uno fuera de las modas, de los movimientos sociales, una eterna víctima del ostrakón moderno. Así que trataré de revivir este espacio de verdad, con entradas que si bien no tendrán un ritmo definido y relampagueante, tampoco se espaciaran por meses.

Esta entrada, he de decirlo, me la venía saboreando desde hace unas dos semanas. Sin embargo, sentado ante la pantalla del ordenador, nunca sabía cómo poner las cosas. En el espacio que me ha llevado decidirme a regresar Audiorama y escribir este artículo en específico, algunas cosas han pasado: los álbumes de Kashmir y Yeah Yeah Yeah’s han salido a la luz, por lo tanto restando importancia de novedad a los sencillos ‘Seraphina’ y ‘Sacrilege’ respectivamente. Del primero baste decir que me parece una canción encantadora que pudo ser mejor sin tanta sobreproducción (un mal que aqueja a todo el álbum, E.A.R., del cual tengo planeada una reseña completa). El segundo caso, en cambio, me agarró por sorpresa. No esperaba gran cosa, dado que nunca he sido fan de la banda y la portada del disco Mosquito no parecía nada alentadora. Me equivoqué, al menos en cuanto al sencillo: es duro, fresco y divertido. Me recuerda a su corte ‘Gold Lion’, sólo que mejorado por el coro góspel que usan hacia el final y el perfecto video sexoso. En resumen, me sorprendió, pero ahora ya se puede escuchar el disco completo y al parecer no le ha ido bien con la crítica.

Entonces, baste con hacer aquí un recuento de otros sencillos relevantes que pertenecen a discos cuya estadía en la sombra no ha terminado, dando de comer a nuestra expectativa anual —y miren que este año nos ha puesto particularmente gordos.