miércoles, 3 de julio de 2013

Cómo sentir: El periodismo musical alternativo


Escribir no es un juego. No voy a venir aquí a decirles que he ganado el premio Cervantes, porque todos sabemos que no es cierto, pero la verdad es que me precio de hacer esto bien. Cada que lo hago, cada palabra se transfigura en una pieza, un ladrillo, algo que poco a poco se acumula sobre el espacio blanco de una hoja hasta ser una idea concisa —o un cúmulo de ellas. No siempre están completas o son muy brillantes, pero eso es parte del encanto. Explorar; caer; levantarte. Sí, escribir es una cosa así, fluctuante y hasta divertida, pero habría que ser muy ingenuo para pensar que es sólo un juego. Imaginen que actúan en una obra: es entretenido, es ameno, te permite expresarte de un modo libre, pero si en la noche del estreno te quedas en blanco ante 200 personas, no habrá átomo en tu ser que considere esa vergüenza un juego. Será una humillación; será un fracaso en serio. Es lo mismo con la escritura —si te la tomas a juego nunca vas a llegar muy lejos, y corres el riesgo de quedar expuesto ante el mundo como un cerebro menor, un perico que articula sin comprender gran cosa. Escribir es vivir en palabras, nada menos.

Partiendo de ahí se puede llegar a la médula de mucha escritura superficial, pero no hay tiempo para tanto. Sólo quisiera hablar de lo que a este blog le atañe, que es lo musical. ¿A ustedes les satisface el periodismo musical “alternativo” de LifeBoxset o Sopitas.com? ¿Las reseñitas de los periódicos o los párrafos condensados de Rolling Stone? Cuando comencé a escribir esta pieza entré al primer sitio web que mencioné, LifeBoxset, sin saber que tiene una sección llamada “columnas”. Cuando la vi por un momento pensé que podría ser un obstáculo para mi artículo, puesto que si en realidad el sitio estaba permitiendo a los escritores hablar con libertad y ambición de temas musicales yo no tenía de qué quejarme. Pero incluso estas “columnas” duran 800 palabras en promedio. Y estos escritores no son Raymond Carver; no es que posean la capacidad de decir millones de cosas en una página, sino que sus artículos no miden lo que deberían. En cierta columna sobre Heavy Metal, uno de los comentaristas reclamaba la omisión de bandas inamovibles para la escena metalera en México, como Epica o Sonata Arctica. Es obvio: en 800 palabras sólo cabe Iron Maiden, Black Sabbath, Metallica y algún afortunado más. Es como si estos columnistas no estuvieran escribiendo para cubrir su tema, sino para cubrir su cuota.


Observen esto, un pasaje típico del periodismo musical contemporáneo:

La evolución, más no la desaparición del heavy metal, siguió su curso con White Zombie, luego pasó a algo más detonante a nivel comercial con Pantera. El símbolo metálico durante los 90 abrió camino al talento de Korn, banda que tuvo sus baches pero que hoy se mantiene vigente.

Borren sus conocimientos sobre metal, si es que los tienen. ¿Listo? Ahora díganme qué les dijo ese “párrafo”. ¿Qué hizo White Zombie? ¿Qué hizo qué Pantera vendiera más aun? ¿Por dónde debe uno empezar a escucharlos? ¿Es acaso coherente meter en tres líneas a una banda influenciada por el stoner rock y el doom metal (White Zombie), a una banda del más puro Thrash (Pantera) y a una banda de rap/nü metal (Korn)? Si yo leo este artículo y lo uso —ingenuamente— como guía para escuchar metal, quedaré anonadado ante las diferencias estéticas impresionantes, diametrales, entre estas tres bandas; bandas que mi columnista nombró en un mismo aliento sin importarle sus diferentes proveniencias, estilos, almas.

[Hasta aquí llevo 600 palabras, la medida de una reseña en Pitchfork o LifeBoxset. ¿Habría podido resumir un buen disco hasta aquí? No realmente.]

Pero hay un problema mayor que el de la extensión por la extensión misma, y es la raíz de todo. Intuyo que muchas veces los artículos periodísticos musicales no pueden ser largos debido a que eso lleva tiempo, y la escena musical/cultural contemporánea no tiene tiempo para nada. Cada día hay miles de lanzamientos en iTunes; cada año hay miles de bandas nuevas a quienes escuchar. El ritmo al cual surge música nueva no puede ser alterado, pero sí podría ser afrontado de distintas formas. Con un filtro de calidad más alto, para empezar. Y con paciencia. Cada mes hay docenas de bandas nuevas en la ‘hype machine’ de la prensa musical, que parece empecinada en hacer ídolos a grupos quienes muchas veces no tienen más de un LP. Queremos siempre lo nuevo, lo nuevo, lo nuevo, sin darnos cuenta de que esa tendencia crea confusión, desesperación, ansiedad, y un culto a la inmediatez cultural que nos lleva a un despeñadero. El año pasado todo mundo amó el sencillo “Little Talks”, de Of Monsters and Men, sin apenas mencionar su similitud espantosa a “No Cars Go”, de Arcade Fire, y a “Home”, de Edward Sharpe and the Magnetic Zeros. Este año todos hablan de Savages como si fueran un ente primigenio —¡oh! ¡una banda post punk de chicas!— aparentemente sin recordar a una de sus grandes influencias, The Organ. Estar al corriente de la escena de moda se ha vuelto más importante que entender el panorama musical. El enfoque de los artículos y reseñas musicales provistos por los medios populares no es uno de análisis porque analizar no le va bien a la inmediatez. No es algo que se pueda hacer al vapor. No es algo que se pueda hacer en las 800 palabras requeridas para satisfacer a un público que pide bocados de información constantes, rápidos y a la moda. Nos entretenemos mirando el follaje sin prestar apenas atención al tronco.

Pero es posible que ustedes vean esto como ganas de ahogarme en un vaso de agua. Después de todo, ¿para qué analizar algo sensorial? ¿Acaso no se pregona a los cuatro vientos que lo importante es sentir la música? Si lo importante es enteramente sensual, el rol de quienes pretendan extraer algo textual o intelectual de la música es el de ilusos pretenciosos. En dado caso el periodismo superficial sería adecuado, iría ad hoc con la esencia puramente auditiva de la música. ¿Pero puede el arte en verdad ser tan desechable? Al no exigir calidad y ambición de quienes nos proveen información en este tema estamos ignorando las posibilidades artísticas de las canciones que escuchamos. Las estamos reduciendo a productos. Productos que consumo para verme bien. Productos que consumo para bailar a veces. Productos que consumo para ser aceptado. Productos que consumo para ir a un concierto con mis amigos. Y la música no es eso. Es expresión tanto como Rembrandt lo era en el lienzo o Tolstoi en la página. Es un fragmento de lo humano, y como tal no contiene sólo notas vacías que pueden ser experimentadas a lleno sin hacer un ejercicio de pensamiento. Hay ocasiones en que un disco es bonito o simplemente decente, sí, pero no debemos permitir que nuestros oídos sean así —apenas competentes. Debemos ser buenos escuchas para experimentar todo lo que la música puede darnos; todo lo que el arte puede darnos. Y para ser un buen escucha se usa más que las dos orejas. Se usa el corazón y la sangre y el cerebro. Quien se sienta satisfecho por una reseña de dos párrafos es porque no siente la música verdaderamente, por más que se aprenda las letras o vaya a General A en los conciertos. La música se siente con todo el cuerpo, con toda el alma, pero también con toda nuestra inteligencia.

Es este afán de analizar las cosas tan a fondo como pueda, de sentir cada palabra que escribo sobre música, lo que me impide escribir aquí muy seguido y lo que me mantiene lejos de la moda. Conozco las bandas, muchas me gustan, pero no soy indie. No lo hago como parte de ninguna corriente. Escucho y hablo sobre música porque me apasiona, no para ser parte de algo. Si eso significa que no puedo ser parte de los blogs alternativos o de los sitios populares de periodismo cultural que se llevan las palmas y los retweets, así sea. Prefiero ser un pasquín intelectual pasado de mano en mano a una revista hueca de brillante colorido. Confío en que algunos de ustedes estarán conmigo cuando digo que prefiero pensar a no hacerlo. Prefiero pensar, y en estos tiempos eso sí es Alternativo.

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