sábado, 24 de mayo de 2014

La marca del diablo: coincidencias de género entre Southern Gothic y Americana



Nota: este ensayo es, quizá, demasiado largo. Por lo menos lo es bastante. Leer a discreción.

The voices are dark in the golden glare, the music intricately blended, both somber and joyful.
-Carson McCullers, “The Ballad of the Sad Café”


Hay géneros artísticos que son casi por completo inseparables de la geografía; géneros que expresan algo más que una inquietud formal hacia la música o la literatura, algo parecido a ese espíritu comunitario que muchos aseguran une a las naciones y los pueblos. Uno de estos géneros es aquella vertiente de música eminentemente estadounidense llamada Americana, la cual cuenta con un importante arsenal de variantes y mutaciones que han evolucionado a través de los años, desde el folk más acérrimo y antiguo hasta subgéneros que lo fusionan con rock, jazz, shoegaze y una miríada más de influencias externas. En todo caso, lo que distingue a la Americana como género es ese ethos que ya se discierne desde su mismo nombre: la implicación lírica y musical de que esta música no podía haber surgido en un punto geográfico fuera de Norteamérica; y no cualquier Norteamérica, sino una muy específica, como este ensayo busca exponer. Otra característica particular de la Americana es que rechaza el sonido hiper-refinado y la comercialización explícita del country más popular, buscando una exploración ecléctica y experimental de las fronteras musicales que se pueden abarcar sin perder el influjo del folclor norteamericano. Así, la Americana nació como un género reaccionario, que o bien busca expandir nuestras nociones de lo que es la música folk y country, o por el contrario se avoca a escudriñar el pasado en busca de un sonido más ‘auténtico’, alejado de los estándares impuestos por cadenas comerciales de radio y televisión. Es esta división entre Americana y el llamado ‘country de supermercado’ lo que motiva el ensayo “Toby over Moby”, del crítico y polemista Chuck Klosterman. En él se arguye que la superioridad de este subgénero sobre el country comercial que suele percibirse en círculos periodísticos es una quimera, ya que es el country comercial el que en realidad comprende y expresa las preocupaciones de la vida simplista llevada por los habitantes modernos de las porciones semi-rurales de E.U, mientras que la Americana y el country alternativo en todas sus variantes sólo le incumben a intelectuales que han creado un falso glamour acerca del folclor norteamericano: “[…] while alt country tries to replicate a lost consciousness from the 1930s—modern country artists validate the experience of living right here, right now” (Klosterman 180). Para el ensayista, la competencia musical de ciertas bandas de country alternativo sobre artistas comerciales como Garth Brooks o Toby Keith es irrelevante, ya que sus obras no tienen un significado que se conecte de manera “genuina” a su realidad (176). ¿Acaso la mimesis de una realidad mundana es el propósito del arte, o de la Americana en específico?