2014 fue un año novedoso para mí
como escucha, ya que
me avoqué a visitar muchos más discos nuevos de lo que había hecho en años
anteriores. Mi enfoque hacia la música siempre había sido más bien retrospectivo. Me dedicaba en mayor medida a desenterrar cosas que a escuchar lo que la
blogósfera me decía era lo de hoy.
Pero al fin, varios factores se combinaron para que decidiera pasar este año
bajo un régimen más actualizado, y los resultados no han sido malos. Encuentro
que entrar al ritmo acelerado de la blogósfera a menudo me lleva a descubrir
bandas que había ignorado hasta ese momento, y a juergas de información en
donde termino bajando discografías antecedentes, ya sea del mismo artista o de
sus influencias.
Y bueno, de ahí surge la lista. No voy a
pre-disculparme —como otros que he visto por ahí— con la excusa de que “como
saben, toda opinión es subjetiva”, no porque no crea en ello, sino porque eso
ya todos lo sabemos. Sólo quisiera advertirlos sobre dos puntos que notarán en
la lista, y que quizá causarán su furia. Primero que nada, virtualmente no escucho rap:
me parece un género temáticamente muy conectado a una cultura determinada, con
la cual yo no conecto en absoluto. Cuando veo videos de conciertos de Run the
Jewels con 80% de público blanco, me pregunto qué tanto de su auge es gusto
musical genuino y qué tanto es apropiación cultural pretenciosa. Pero yo qué
sé. Y sí, sí escuché RTJ2, y me
aburrió horrores, así que de plano me declaro ignorante en este respecto.
Segundo punto: escucho poca electrónica. No es que no me guste en absoluto, sino
que me agrada sólo bajo ciertas condiciones, las cuales son bastante abstractas
en realidad. La principal es que, siendo parcial a tipos de música más
análogos, a veces necesito una cierta cualidad orgánica dentro de la electrónica, si es que eso tiene sentido.
Ejemplos de a qué me refiero están en la lista. Ejemplos de lo que me repele
del género están en lo que, con mucha probabilidad, ustedes esperarían en la
misma, como SYRO, disco que no me
disgustó, pero tampoco hizo ninguna marca en mi memoria.
No hay mucho que decir en cuanto a
método, ya que al ser una sola persona no hay forma ni razón de recurrir a
gráficas ni tablitas de Excel. Lo que sigue está armado a ojo de buen cubero, a
pura doxa. Lo cual no quiere decir,
sin embargo, que no haya hecho un esfuerzo para mantener a la subjetividad de
la lista dentro de ciertos límites. Hay artistas aquí por cuya obra siento un
cariño muy personal, y cuyo álbum ha definido mi año de sobremanera, como
Interpol. Pero no puedo basar en ese cariño mi juicio de valor. He tratado de
mantener el bias bajo control, y de
ser serio en mi valoración crítica. Dicho esto, es claro que algo de prejuicio
sí se cuela, inevitablemente. Pero al fin y al cabo eso pasa en todos lados,
incluso en publicaciones de abolengo y métodos de conteo colectivos. Por
ejemplo, desde antes del lanzamiento de 1989
era claro que este año la blogósfera estaba inexplicablemente ($$$) enamorada
de Taylor Swift —y allí está, metida en todas las listas de fin de año, laudada
como una joya pop del nuevo milenio aunque los mejores versos que pueda
conjurar para abrir su recorrido sean,
Everybody
here wanted something more
Searching
for a sound we hadn’t heard before
And it
said
Welcome
to New York
It’s been
waiting for you
Welcome
to New York
Welcome to New York.
Ajá, claro, joya.
Así pues, les dejo mi querida
lista. No, no está U2. Ah, sí, y tampoco está The War on Drugs. No sé de cual
se deba consumir para entender Lost in
the Dream, pero a mí, como a Kozelek, me suena a puro beer commercial lead guitar. Pero ni divertido. Más bien deslavado
y con hueva. Lapídenme.
***
43 min.
Indie Rock
3.6
Un muy buen disco fuera de su era. En
LOSE, Cymbals Eat Guitars presentan
su respuesta, un tanto anacrónica quizás, a esos agotadores opus del indie rock
noventero más ambicioso y expansivo —The
Moon and Antarctica, Perfect From Now On, etc. Joseph D’Agostino y compañía
presentan una colección más corta que aquellas, con sólo 9 canciones, pero no
menos insaciable en términos musicales. Si R.E.M. no hubieran encontrado el
éxito comercial quizá habrían hecho algo parecido a esto en términos sonoros por allá de 1993,
expandiendo las fronteras de la duración adecuada para una canción popular,
jugando a insertar versos lentos, a tender puentes que giran la canción por
completo, a bajar la marcha y reiniciar el camino por otro rumbo. A pesar de
ser un álbum que no va a volarle a nadie los sesos en cuanto a su imaginación
instrumental (aunque tiene guiños interesantes tanto al folk como al
shoegaze) nos encontramos en él a un gran ejemplo de obra que trasciende sus
partes. El secreto yace en la estructura interna de las piezas, la cual es muy
pocas veces convencional, e incluso cuando lo es logra un efecto creciente y
catártico bastante especial. La producción no es la mejor, en especial en lo
que respecta al lugar secundario que se le da a la voz en la mezcla. Muchas son
las veces en que D’Agostino está gritando las letras y entre el reverb y la
predominancia de las guitarras no se le entiende mucho. Es una pena, puesto que
un álbum que suena tan bien como LOSE, que hace tanto con las piezas básicas de
una banda de rock en términos de estructura, se beneficiaría mucho de más
énfasis en lo lírico. Los temas están ahí: ya desde el título este no es un
álbum precisamente feliz. Trata en gran parte del duelo ante un amigo caído y
la nostalgia por la adolescencia. Sólo hace falta ponerlos en un pedestal un
poco más visible.
Track Picks: “Jackson”, “Place Names”, “2
Hip Soul”
36 min.
Dance Punk/Noise
Rock
3.6
Uno de varios casos este año donde
una banda le da la espalda relativamente al estilo que los hizo célebres, o al
menos celebrados, con resultados un tanto agridulces en cuanto a recepción. En
el caso de DFA 1979, la situación es exacerbada por la expectativa generada
mediante esos largos años fuera de los reflectores. Cuando una banda regresa
del retiro la fórmula más segura para complacer a sus fieles es ser más de lo que eras, como tratando de
convencer al mundo de que el reposo fue en realidad un periodo de incubación y
crecimiento. En el caso de esta banda, lo que les tocaba de acuerdo a la ecuación era hacer más ruido, ser más abrasivos, más inclasificables. Ya
sabemos que la reacción crítica a The
Physical World fue más bien tibia; creo que ello se debe a que el duo
canadiense eligió hacer lo contrario. Menos ruido, menos agresividad, más
melodía. Tanto una buena parte de los fans como de los críticos se quedaron
atrapados en la especie de shock inverso que la jugada les provocó, y se olvidaron
de evaluar lo que la banda presentó bajo sus propios términos. Son muchísimas
las quejas sobre TPW que comienzan (y hasta terminan) con “suena blando”, “tiene
sintetizadores”, “parecen los Black Keys”. Pero un enfoque un tanto más formalista
puede revelar que TPW hace lo que
hace —Dance Punk pegador con unos decibeles más que el The Rapture de Echoes— extremadamente bien, a
diferencia de los Black Keys este año, por cierto. DFA 1979 han perdido su
primera juventud, y con ella el fuego y la furia que inspiraron You’re a Woman, I’m a Machine (2004).
Pero, ¿por qué pedirles algo que va contra-natura (a menos que seas Michael
Gira)? ¿Por qué pedirles un envejecimiento en reversa? ¿Por qué no permitirse
los placeres más simples pero innegablemente efectivos que esta nueva
encarnación ofrece?
Track Picks: “Cheap Talk”, “Virgins”,
“Trainwreck 1979”, “The Physical World”
44 min.
Singer-Songwriter/Indie
Folk
3.7
Año agitado para la disquera hoosier Jagjaguwar entre un mal
recibimiento al esperado …And Star Power,
de Foxygen, uno amigable pero tibio para Range
of Light, de S. Carey, y dos bombazos por cortesía de compositoras que
completaron procesos de maduración y produjeron sus mejores obras hasta el
momento. Una ya la verán más abajo, la otra es Angel Olsen, cuyo Burn Your Fire For No Witness es una
obra dispar, pero con puntos altos de un encanto hipnótico innegable.
Paradójicamente, dichos puntos altos llegan para mí en los momentos más íntimos,
lentos y acallados del álbum, cuando Olsen apela al Folk sesentero o a las
largas baladas de Leonard Cohen —como en la preciosa “White Fire”— en vez del
sonido más dinámico del Alt-country. Quizá esto se deba a que la entrega vocal
de Olsen es más bien débil, y se acomoda mucho más a habitar espacios semi-vacíos
de manera etérea que a convencernos de que puede rockear. Sus fortalezas están
claras: las letras evocativas y melancólicas, el susurro sugerente, el falsete
aterciopelado que recuerda mucho a una versión cruda de Shara Worden/My
Brightest Diamond, y el trabajo sutil y circular en la guitarra acústica. La
sección media del álbum se diluye entre experimentos de indie rock bien concebidos
pero ejecutados de manera poco memorable, mas Olsen tiene el buen juicio de
situar las mejores piezas de BYFFNW en
los puntos cruciales del recorrido, haciendo de ésta una escucha gratificante,
con momentos de belleza cristalina y poder compositivo imposibles de ignorar.
Track Picks: “Unfucktheworld”, “White
Fire”, “Dance Slow Decades”, “Windows”
17. Interpol – El Pintor
39 min.
Post-Punk
Revival/Indie Rock
3.7
¿Por qué el álbum nuevo de una de
mis bandas favoritas está hasta el 17 si lo he escuchado más que muchos otros
en la lista? Pues me duele decirlo, pero porque está mal pegado. Se le ven las
costuras. Tanto la primera como la última canción terminan en un mugroso fadeout. El disco comienza con un solo
acorde antes de la voz de Paul Banks —nada de atmósfera, en una banda que no se
entiende sin atmósfera, i.e. “Next Exit” o “Untitled”. La sección media baja
demasiado de ritmo. Y está mal elegido también. El letargo repetitivo de “Twice
as Hard” o la abominación de “Same Town New Story” no son competencia alguna para los b-sides —la rápida
estructura laberíntica de “Malfeasance”, la melodía vocal ineludible de “What
is What” o la segunda mitad de “The Depths”, a.k.a. el mejor outro de la banda
desde “A Time to be So Small”.
Sí, en El Pintor Interpol regresa a hacer lo que mejor sabe —caminar esa
extraña cuerda floja entre el rock tristón y el pop infeccioso. Sólo desearía
no haber tenido que modificar la secuencia del disco en mi iTunes para poder
disfrutarlo por completo. Desearía no haber tenido que buscar un mejor comienzo
para el álbum (“Everything is Wrong”), un mejor final (“Breaker 1”), y rehacer
los giros para darle flujo a una obra que tiene las canciones para destacar,
pero no llega a tejer entre ellas una unidad orgánica. Pero al final qué
importa: aunque sea re-ordenado lo voy a seguir escuchando y escuchando, y no
creo estar solo en mi alegría por haber averiguado que todavía no se les acaba el combustible, a pesar de todas las montañas de obstáculos y los
sueños rotos de los que hablan con típico oscurantismo lírico en varias
canciones —temas que me hacen pensar en El
Pintor como un disco que sabe de dónde viene: de una banda que tuvo todo
para triunfar en grande y terminó en un cuasi-colapso, debiendo ahora reagruparse
en un contexto que le es hostil, dentro del cual son extraños, obsoletos. Y que
lo hicieron bien, contra todo pronóstico, aunque a muchos no les cuadre.
Track Picks: “My Desire”, “Everything
is Wrong”, “Breaker 1”, “The Depths” (bonus track)
50 min.
Singer-Songwriter/Chamber
Folk
3.7
2014 fue un gran año para los
regresos. Ya vimos a DFA 1979, se anunció el de Sleater-Kinney para enero,
D’Angelo resucitó con Black Messiah
(sí me gustó, pero no he pasado con él el tiempo suficiente para calificarlo), y
tanto Slowdive como Neutral Milk Hotel se fueron de gira. Y luego está Damien
Rice; el extraño caso del compositor melodioso y tierno que tuvo todo para ser
una estrella comercial hace 8-9 años y desapareció. No por completo, y eso es
lo más desconcertante. Ahí andaba, haciendo covers de U2, dando conciertitos en
Irlanda: esto no era un acto concertado para crear misterio; pero la
expectación creció de manera natural. No sé por qué le tomó 8 años a Rice
terminar esta obra, con sus escasas 8 canciones, pero al final ya no importa
tanto. Lo que importa es que cumplió, que no ha perdido el toque, y que si bien puede
ser que su posibilidad de acaparar el reflector haya pasado, su voz y facilidad
melódica es de las presencias más reconfortantes en la escena contemporánea.
MFFF es un álbum cálido, preciosista en su intimidad,
cuya efectividad para deleitar a los fans de sus obras tempranas es casi segura
—pero no es un álbum cómodo ni conformista. En estos años, Rice parece haberle
agarrado un gusto a las estructuras expandidas, casi exageradas en su lentitud,
y a la digresión. La mitad de las canciones sobrepasan los 6 minutos, y una
llega casi a los 10, esto debido muchas veces a la longitud de puentes e
introducciones que trabajan con una simpleza que apantalla. La larga concepción
de MFFF ya advertía que nos
encontrábamos ante una obra sin prisas, pero en el resultado concreto la
lentitud del álbum resulta, si bien evidente, tan ligera como una pluma.
Algunos acusarán a MFFF de ser
formulaico en su estructura creciente de composición, o de soltar sus mejores
disparos en la primera mitad, y tendrán algo de razón. Pero la gran mayoría del
tiempo ésta es una obra que hace con creces lo que se le pide: llegar directo a
las fibras sensibles del escucha, arrullarlo en una ola de tenue e impecable
sentimiento.
Track Picks: “My Favourite Faded
Fantasy”, “The Greatest Bastard”, “I Don’t Want to Change You”
38 min.
Nu Jazz/Jazz Fusion/Experimental Hip Hop
3.8
Arriba, cuando dije que no
escuchaba hip-hop, me faltó ponerle un asterisco a la oración. Steve Ellison,
a.k.a. Flying Lotus, es una figura que de algún modo se ha colado entre las
tablas de la cerca que he colocado entre mí y el género, y a quien respeto
muchísimo, si bien sus álbumes me dan casi la misma cantidad de placer que de
jaqueca. Creo que esa cualidad retadora tiene bastante que ver con el respeto
que le tengo: el tipo es un músico experimental de los buenos, uno que proviene
de un lugar determinado dentro de la gran estructura genérica, pero no teme
escapar de las fronteras, o hasta de pronto borrarlas, volverlas a trazar,
arrebujar el mapa entero. Sobrino de Alice Coltrane, Ellison se propuso una
meta clara e inesperada en la concepción de You’re
Dead!: hacer un disco de jazz. Mas siendo él, por supuesto, los resultados
son desquiciados tanto en términos de género como de estructura interna.
Los colaboradores invitados
desvelan el linaje mixto que conforma You’re
Dead!, mezclando los nombres de Kendrick Lamar y Snoop Dogg con el de
Herbie Hancock, quizá la mayor influencia jazzera en concreto. Al contrario de lo
que pudiéramos pensar por el concepto temático del disco —el momento justo de la
muerte—, You’re Dead! casi nunca es
meditativo, sino dinámico hasta decir basta. Parece ver a la muerte menos como
un dejar ir que como un entrar en; una acción en la que el muerto
no es objeto, sino agente. No es en balde que el título lleve signo de
exclamación. El gusto de Ellison por pistas que, más que ser canciones,
funcionan como rapidísimas viñetas pulidas pero sin conclusión puede resultar
cansado en algunos momentos, pero el álbum al final sale airoso, manteniendo la
coherencia mediante el hilo del memento
mori y el uso de ritmos hancockianos. Puede ser que confrontarse con la
muerte haya dado a Ellison el toque de vida que faltaba en su ya nutrida y
única obra.
Track
Picks: “Dead Man’s Tetris”,
“Coronus, the Terminator”, “Moment of Hesitation” —pero la verdad esto se
escucha completo o no se escucha.
43 min.
Emo/Post-Rock
3.8
Si he estado leyendo bien mi
seguimiento sobre este álbum, para disfrutar Keep You quizá convenga no haber escuchado a la banda antes. Los
fans de sus dos discos previos, o al menos una parcialidad muy grande de ellos,
parecen estar bastante enojados con la banda por lo que ellos perciben como un
abandono. Y es que antes de esta obra los nativos de Baltimore se distinguían
por su tórrido dramatismo, el cual los llevó a ser de los exponentes jóvenes
más reconocidos del Screamo. Keep You
los ve haciendo, si no un giro de 180°, sí un drástico cambio de velocidad.
Parece que hubieran pasado los meses previos a grabar apartados del Screamo,
más bien inmersos en las corrientes más melancólicas del Emo y el Midwest Emo
—que hubieran escuchado una y otra vez a American Football, Cap’n Jazz, y a un
muy buen disquito salido el año pasado, firmado por The World is a Beautiful
Place and I Am No Longer Afraid to Die, llamado Whenever, If Ever.
El Emo y el Post-Rock se llevan
insospechadamente bien en manos adecuadas, como ya sabrán todos los que hayan
escuchado a Moving Mountains (y sí no son de esos, vayan). Pero Pianos Become
the Teeth siempre han sido una banda monotemática —por siempre preocupada con
la pérdida y la muerte, sobre todo catalizadas por el fallecimiento del padre
de su cantante, Kyle Durfey, y eso da a la melancolía y lentitud que la banda
adopta en Keep You un cariz más
personal que el de la obra de Moving Mountains. Este es un disco que pasa a una
nueva etapa del duelo, que aprende a lidiar con las pérdidas de un modo menos
azotado que en ofrecimientos previos, pero no por ello menos emotivo —y mucho
menos falto de momentos musicales memorables y bellos tanto por su nostalgia
lírica como por su lograda sutileza técnica.
Track Picks: “Lesions”, “Old
Jaw”, “Late Lives”, “Say Nothing”
42 min.
Power Pop
3.8
Eran finales de septiembre y los
rumores se esparcían como pólvora. ¿Se acuerdan de Weezer? Sí, los de “Buddy
Holly”. Los que llevaban no uno, no dos, no tres, sino seis (!) discos en caída
libre, lo cual se traduce en 18 (!!!) años desperdiciados casi por completo.
Pues resulta que el disco que viene no está malo, decían. Nadie lo creía al
principio, parecía truquillo de marketing al estilo de “su mejor álbum hasta el
momento” o “la gira del adiós”. Pero luego comenzó a hablar la gente de carne y
hueso, los reseñistas que escriben por amor al arte —y, ¡vaya chasco!, decían
lo mismo. Convencido de estar viendo lo imposible, o bien un caso avanzado de
delirio colectivo, decidí escuchar EWBAITE
con la mente en alerta máxima. Pero no logré jugarle al contrario: esta cosa de
verdad aguanta. No sólo “no está malo”, sino que es uno de los discos de rock
más divertidos y re-escuchables del año.
Weezer siempre se ha tratado, en
gran parte, de echar desmadre. Un desmadre medio ñoño, pero desmadre al fin. Eso
no cambia, mas lo que distingue a EWBAITE
es que están echando desmadre en serio.
La atención al detalle en la producción es muy buena, algunas pistas están
sincopadas de maneras inesperadas al principio, pero muy pegajosas a fin de
cuentas, e incluso se dan el tiempo de componer una pequeña mini-opera para
cerrar el álbum. La combinación de melodías dulzonas, guitarras crujientes y el
falsete de Cuomo los hace sonar por momentos al Mew de Frengers. Por supuesto, la obra no es perfecta. Hay al menos dos
canciones aburridas, y otras que suenan mejor unos días que otros. Pero si
vamos a jugar el juego de las expectativas, la verdad es que en 2014 no hubo
una banda que las tuviera tan en contra y lograra más que Weezer.
Track Picks: “Eulogy for a
Rock Band”, “The British are Coming”, “Cleopatra”, “Foolish Father”
48 min.
Post-Punk/Art
Punk
3.9
Los hijos pródigos del movimiento
DIY de Copenhague regresan cambiados, aparentemente inspirados por el fantasma
de Joy Division para iniciar su progresión desde los páramos de la agresión
pura hacia los de la desesperanza. La progresión es notable desde la primera
pista en específico: “On My Fingers” parece la habitual melaza golpeadora del
Iceage temprano, pero luego aparece algo que parece… ¿un coro? ¿con pianito?
Sí, sí lo es, pero de algún modo todo funciona, puesto que las nuevas gamas
instrumentales y composicionales no son usadas para ablandar a la banda, sino
para llevar su misma dureza en otras direcciones —quizá más originales y
memorables. Los jadeos rasposos de Elias Ronnenfelt continúan al micrófono, la
sección rítmica sigue tocando con esa mezcla de desgano y rudeza. Pero tocan
otras cosas, más cosas, sus pistas
son más largas, aventuradas, y no temen darles estructuras enredadas, muchas
veces circulares, confiriendo así a Plowing…
una variedad insospechada para una banda que se notaba acorralada en su
uni-dimensionalidad (si bien no conforme con ello) cuando yo les vi en vivo
hace apenas dos años. Plowing… es,
sin duda, un álbum transicional, en el que los daneses se avocan a aprender
cómo usar sus juguetes nuevos; sin embargo, cumple con mucho más que ser un
simple puente: es por sí misma una obra burbujeante, pulidamente cruda (aunque
sea una paradoja) y digna de repetidas escuchas.
Track Picks: “On My Fingers”,
“How Many”, “Forever”, “Against the Moon”
121 min. (!)
Post-Rock/Noise
Rock/Drone
3.9
Si he de confesar alguna flaqueza
como oyente, es que tiendo a preferir música que sea, mmm, escuchable. Como tal, ya podrán discernir por qué nunca había sido
un gran aficionado a Swans, banda de muchas encarnaciones, pero siempre con un
poder corrosivo que merece en toda su plenitud el apelativo ‘épico’. Lo intenté
con The Seer (2012), pero fracasé
rotundamente a excepción de piezas aisladas, como “Avatar”. Me sentí no sólo
aplastado por la música, sino un poco nauseado por la pretensión de hacer un
disco, más bien un ataque sonoro, de 2 horas. Casi una burla. Pero To Be Kind me gustó mucho más. No fue un
gusto inmediato, claro, con Swans no funciona así. Me sorprende que muchos
reseñistas no noten una gran diferencia entre el disco anterior y éste. Para
mí, To Be Kind podría muy bien ser la
obra que finalmente me enseñe a apreciar mejor el arte de Michael Gira y co.
¿Qué cambia, entonces, según yo?
Allí donde The Seer era amenazador, To Be Kind suena simplemente
destructivo, y eso invita. A pesar de sus dimensiones, TBK es un álbum que se experimenta sin mayor dificultad (si fuera
libro sería más Guerra y Paz que Gravity’s Rainbow), que encuentra dentro
de su pesadez grooves deliciosos,
casi bailables, sobre los cuales construir. Por supuesto, éstos están
delineados por drone, y por la
agresividad esquizoide de Gira como presencia, pero la personalidad de la obra
resulta más inteligible y empática que la del bélico The Seer. Tal vez el mismo título sea un guiño a este nuevo enfoque,
no lo sé; lo que me queda claro es que se me ha abierto una puerta, y sería
bastante idiota de no revisitar el resto de la discografía ahora, de la mano de
esta sorpresivamente disfrutable obra.
Track Picks: “Just a Little Boy (for
Chester Burnett)”, “A Little God in my Hands”, “Nathalie Neal”
n/a
Glitch Pop/IDM
3.9
Está claro que Tomorrow’s Modern Boxes va a estar por siempre unido con su
lanzamiento. Tan sólo días después del precipitoso fracaso —ético, si no
económico— de la artimaña urdida entre U2 y Apple, Yorke se sacaba de la manga
un enfoque más respetuoso y natural sobre las posibilidades de la distribución
digital. La última vez que había experimentado con éstas fue In Rainbows (2007), y todos sabemos que
lo que vino en compañía del lanzamiento fue uno de los mejores discos de su
carrera. Bueno, si algo puede llamarse decepcionante aquí es que TMB no lo es. De hecho, una mayoría de
los críticos y fans apasionados creen que The
Eraser (2006) es un mejor álbum solista. No he pasado suficiente tiempo con
ese disco como para hacer un juicio, y quizá eso tenga que ver con la siguiente
opinión, pero a mí TMB sí me deleitó bastante —aunque dentro de una discografía
tan ilustre tiene un aire de disco menor, de nota al pie.
Gran parte de este sentimiento
quizá se deba a que Yorke, un artista que pasó al menos diez años como un
especialista de las sorpresas y la evolución, parece haberse estancado en su
amor al Glitch y la IDM. The Eraser, AMOK
(2013), The King of Limbs (2011),
y ahora TMB conforman un corpus
monogenérico inusualmente grande para alguien de quien se espera fluidez. Hay
algo en nosotros que no puede aceptar del todo que Yorke parezca haber
encontrado un género que lo contenta. Sin embargo, cuando trascendemos estos
juicios, el álbum cumple como un mosaico coherente, orgánico e impecablemente
producido de pistas que acompañan la inquietud etérea del Glitch con el alma
irreducible de la voz de Yorke, empleada aquí en múltiples y sutiles capas,
siendo en sus mejores momentos flotante, hermosa y desconcertante cual nube de
vapor sobre paisaje marciano.
Track Picks: “A Brain in a Bottle”,
“The Mother Lode”, “Nose Grows Some”
40 min.
Industrial/Noise/Dark Ambient
3.9
Hay música que nos gusta y música
que no, pero incluso dentro de la primera categoría tendemos a formar
categorías de acuerdo a momentos. No es en balde que el portal AllMusic pone
junto a cada álbum una lista de “humores” que usuarios y reseñistas encuentran
en la obra, esto para ayudar al escucha a prefigurarse lo que va a ubicar allí
en una gama más emocional y mental que técnica o genérica. A este respecto, Ben
Frost ha dicho que A U R O R A es
música que debe sentirse como estar dentro de un acelerador de partículas.
Considerando esta inusual cita, no sé precisamente qué situación de escucha
tenía en mente el australiano-islandés para su obra, pero estoy bastante seguro
de que involucra oscuridad y audífonos. A
U R O R A es un álbum que demanda atención, que te ataca con capas
intrincadas de sonidos industriales, a menudo aderezados con ruido blanco por
encima para agregar ambigüedad y pesadez, y si uno no escucha hurgando
activamente dentro de la textura, puede que no encuentre nada.
Los audífonos también dan un poder
agregado a la estructura de A U R O R A,
la cual se basa en un constante avance y retroceso casi bélico, en el que la
obra construye tensión de manera magistral y estresante para luego soltar el
martillazo de forma ruda, inmisericorde, pero en varias ocasiones extrañamente
bella, hasta epifánica. Para ser una obra tan firmemente atrincherada en el
campamento electrónico, el álbum de Frost tiene una admirable cantidad de vida.
El drone al principio de “Venter” se
siente casi como niebla nórdica; su percusión como una cabalgata o un ritual
antiguo. En varios puntos del disco aparece, detrás de la pared de
sintetizadores, el repicar lúgubre de una campana de iglesia, cuyo sonido se
convierte casi en motif wagneriano.
Irresistibles melodías surgen del marasmo justo cuando uno está a punto de
tirar la toalla, y te regresan al ruedo. A
U R O R A no es un álbum para ir de compras, para correr, para poner en el
auto. Es un álbum pensado para quien tenga tiempo y espacio para dejarse caer
en sus garras, y que recompensa a éste con 40 minutos de la más enredada y
gratificante tortura.
Track Picks: “Nolan”, “Secant”,
“Venter”
41 min.
Art Pop/Synth Pop
4.0
Este es otro de esos casos donde la
subjetividad entra en completa acción, y ser un relativo ignorante le salva la
vida a uno. Había escuchado a Wild Beasts antes, sí, en específico Two Dancers (2009), que me pareció un
disco interesante, sensual, pero quizá demasiado relajado, liso, que se escapó
como seda de mi memoria a excepción de “We Still Got the Taste Dancing in Our
Tongues”. No escuché Smother (2011), asi que dí un salto de cinco años para
entrar en Present Tense, animado por la bonita portada, y vaya sorpresa que me
llevé. Este álbum, del cual muchos se quejan por sus modificaciones
(corrupciones, dicen ellos) del sonido íntimo y análogo de Wild Beasts en
etapas anteriores, para mí suena más natural que baño de río. Se notan más
pegajosos y concentrados como compositores, Hayden Thorpe suena espectacular, y
la producción del álbum es estelar. Es cierto que el ritmo de Present Tense es un poco uniforme, y que
las piezas no tienen la teatralidad melodramática de otros tiempos, pero la
verdad es que ante un esfuerzo de tal calidad compositiva, con tanta atención
al detalle sónico y sus múltiples capas, en donde la banda combina su bien
documentado gusto por la lenta percusión tribal con sus juguetes nuevos, las
oleadas de sintetizador, sin sentirse artificiosa ni forzada, pues… no, no me
quejo. De hecho, por mi parte, estaría muy feliz si este fuera su sonido por
otro disco al menos.
Track Picks: “Wanderlust”, “Mecca”, “A
Dog’s Life”, “Palace”
46 min.
Post-Punk/Art
Punk
4.0
En ocasiones hasta la demoniaca blogósfera
puede tener mucha razón. Esta banda canadiense pasó casi todo el año siendo la mascotita preferidas de Pitchfork,
apareciendo en todas sus listas y tocando en sus festivales. Algunos recordarán
el feo episodio de hace unos años en que dicha página infló e infló a los Black
Kids tan sólo para admitir, el día del lanzamiento de su disco debut, que la
verdad no eran tan buenos. Tal es sólo un ejemplo de los fiascos que la hype
machine, o el tren del mame en términos tropicales, suele producir en la escena
musical. Pero, por fortuna, no aquí: este sí es el debut del año, y una banda
interesantísima para seguir. Lo que Ought trae a la mesa en este sólido y
reservado ofrecimiento de 8 piezas es, primero que nada, actitud. Una actitud y
estética que regresa al post-punk y art-punk de los setentas, con un poco de Television,
un poco de Wire, un poco de Mission of Burma. Y ¡eureka!, el menjurje suena a
nuevo en 2014.
Ought me recuerdan al Alt-J de hace
un par de años, esa banda extraña, idiomática, que sale de la nada con un álbum
que suena a todo menos a un debut. También (y quizá esta banda menospreciada
sea de más importancia de la creída para el ADN de Ought, sobre todo
vocalmente) me recuerdan al Clinic de Internal
Wrangler. A diferencia de la mayoría de sus influencias, los canadienses se
dan el lujo de quitar el pie del acelerador con frecuencia. Se sienten cómodos
escribiendo canciones de punk mediante una estructura que recuerda más al
post-rock por momentos —canciones dispersas, tardadas, que se repiten, con
pasajes de drone aquí y allá, pero que siempre terminan creciendo hacia un
clímax de desenfreno rebelde envidiable. Uno de los discos más refrescantes del
año.
Track
Picks: “Pleasant Heart”,
“Today More than Any Other Day”, “Habit”, “Gemini”
47 min.
Singer-Songwriter/Art
Pop
4.0
En Ripped, amena obra del sobre el estado de la industria musical en
la era digital, el periodista Greg Kot reitera en varias ocasiones que el
camino de lo indie (en un sentido primigenio, “lo independiente”) no sólo da al
artista la oportunidad de hacer lo que quiera, sino la chance de fallar,
levantarse y madurar sin que nadie les cancele el contrato. No creo que la obra temprana de Sharon Van Etten sea un
fracaso ni mucho menos, pero es innegable que Are We There tiene un aire a revelación. Ha sido hasta el quinto LP
que la cantautora neoyorquina ha encontrado la fórmula para el éxito rotundo,
tanto crítico como de ventas (para una artista alternativa, claro). Are We There es un disco elegante, de
ritmo relajado pero con un importante impacto emocional, que recuerda mucho a
la Cat Power de The Greatest. Construye sobre las bases melódicas y líricas que Van
Etten ya había desarrollado a lo largo de su carrera y las colorea con mayor
amplitud que nunca: tenemos una sección de metales, piano, e incluso
percusiones electrónicas que dan al álbum variedad, madurez. Van Etten se
siente cómoda como compositora al punto de no temer ya el abandono a la
instrumentación escueta y acústica del folk. Aquí suena dispuesta a
experimentar sónicamente, en la plena confianza de que sus arrolladoras letras
y su don para los slow burners serán
suficiente para dar cohesión y sentimiento a esta bella obra sobre la
dificultad de las relaciones humanas.
Track Picks: “Afraid of
Nothing”, “Your Love is Killing Me”, “Our Love”, “You Know Me Well”
44 min.
Post-Punk/Art
Rock
4.2
Hay bandas que nunca cambian. Hay
bandas que dan un giro de 180° y tiran todo por la ventana. Y hay bandas que
evolucionan y se pulen dentro de su propia piel, partiendo de una identidad
primigenia. Yo pensaba que The Twilight Sad eran de la primera clase. Sus tres
discos habían sido bastante similares —piezas de post-punk melancólico
coherentes, pero planas. Obras que se quedaban más en un buen sonido y una idea
estética interesante que en un verdadero triunfo como hacedores de canciones.
Eran una banda que me gustaba escuchar, pero de quienes nunca me había
aprendido una melodía. Dado el ritmo acelerado de la cultura musical
contemporánea, descarté que las cosas pudieran cambiar después del tercer LP.
Las cosas sólo empeoran desde ahí, ¿no? No. El debut de estos escoceses, Fourteen Autumns and Fifteen Winters (2007),
es considerado como un álbum casi-clásico en el Reino Unido, sí, pero Nobody Wants to Be Here…, la verdad, es
un mejor disco. Aunque partan del mismo punto.
De algún modo, The Twilight Sad se
las arreglaron para no traicionar ni un ápice de su esencia o su sonido, pero cambiar. Todo sigue allí, pero
ensamblado de una forma mucho más diestra en la creación de melodías que no
sólo se implantan en la mente mejor que sus predecesoras sino que explotan en
el momento determinado con una fuerza tal que no dudo en llamar himnos a las
primeras 5 canciones del disco. Piezas verdaderamente dotadas de estructura
sónica, con coros elevados y más earworms
de los que puedo contar. En su desconcertante reseña para Pitchfork, Ian Cohen dijo que este era un álbum sin pasión
aparente. No sé de qué habla, la verdad (aunque esto no es raro). Al contrario,
ésta es la obra menos uniforme que The Twilight Sad haya producido, la que
cuenta con más picos y más momentos memorables. Llegaron tarde a su potencial,
pero vaya que me enseñaron una lección.
Track Picks: “Last
January”, “I Could Give You All that You Don’t Want”, “Drown So I Can Watch”,
“Leave the House”
37 min.
Indie Rock
4.2
Spoon es una banda curiosa para mí.
Usualmente no los contaría como una de mis favoritas, pero mi Last.fm no
miente: están en mi top 10 de más escuchados. A pesar de que me sorprendió
mucho la primera vez que descubrí este dato, la respuesta no tardó en golpearme.
Pues claro que escuchas mucho a Spoon, me dije. Spoon es la cosa más escuchable que existe. Puedes poner uno
de sus discos, virtualmente cualquiera, olvidarte de todo por 40 minutos y
dejar que una sonrisa te llegue. No necesitas pensar gran cosa, no necesitas
adaptarte a experimentos cacofónicos o buscar referencias en el diccionario.
Los tipos son el triunfo de lo simple; pero la frescura innegable que They Want My Soul volcó sobre la escena
musical del 2014 demuestra que hasta para ser simple se requieren agallas y
talento.
La historia aquí no es desconocida:
10 sencillas y pegajosas canciones de rock, concebidas con modesta perfección y
ejecutadas ídem. Pero la magia está en la consistencia. No hay un solo eslabón
débil aquí, mientras que sí los hay en algunos de sus otros LPs. No hay momentos que
distraigan, melodías que se sientan forzadas, filler. They Want My Soul
es, a mis ojos, la colección más consistente de canciones que Spoon ha lanzado
desde Girls Can Tell (2000), y una
donde se dan el lujo de expandir un poco sus fronteras instrumentales, adaptar
lo nuevo a sus esquemas conocidos y salir airosos. Pocas bandas veteranas
suenan tan bien en 2014, y aunque su arte no es uno que vaya a cambiarle la
vida a nadie, sin duda se debe reconocer el valor de una entidad que produce
una suma aparentemente infinita de música que se puede escuchar, escuchar, y
escuchar de nuevo.
Track picks: “Inside Out”,
“Do You”, “Let Me Be Mine”, “New York Kiss”
49 min.
Post-Rock/Chamber
Rock/Chamber Punk??
4.4
Como ya escribí cuando reseñé este álbumcon un aliento más largo, casi siempre que le muestro a alguien la música de
Silver Mt. Zion, la cosa no resulta, y creo que ello se debe a que,
simplemente, su arte es uno que resulta en fuerte incomodidad, tanto si te
gusta como si no. A pesar de tener un LP titulado This is Our Punk Rock (2003) en su haber, este álbum es la obra más
ruidosa en la carrera de los canadienses, y no pocos reseñistas le han
clasificado como noise rock —pero no es una incomodidad sonora de la cual
hablo. Es una incomodidad moral. Esta banda, así como su “hermano grande”,
Godspeed You! Black Emperor, se avoca casi por completo al retrato brutal del
conflicto social moderno, al tórrido lamento por la pérdida de la inocencia
humana que constituyen nuestros sistemas políticos y económicos.
No sé cuáles sean sus creencias al
respecto de estos temas, pero deben admitir que hasta Adam Smith o Keynes
pensarían que hay algo muy podrido al ver la situación actual. En tal ambiente,
Silver Mt. Zion y su idealismo, nunca más agresivo que en Fuck Off Get Free…, resuena con fuerza. El disco termina con una
pista tributo al rapero Capital Steez, suicidado el año pasado, que trasciende
su anécdota privada mediante la última línea: “hold on”. Y es que SMZ son, a
pesar de todos sus lamentos, una banda cuyo temperamento la induce a creer que
la esperanza puede estar justificada después de todo, que vale la pena vivir y
pelear por nuestro mundo, que la belleza existe. Incidentalmente, o quizás no
tanto, son también una de las bandas que la encuentran con más frecuencia y con
más verdad.
Track Picks: “Fuck Off Get
Free (For the Island of Montreal)”, “What We Loved Was Not Enough”
53 min.
Dream Pop/Art
Pop/Post-Rock
4.5
Pocos álbumes más adaptados a la
noción de un grower que Familiars, el tercer LP de los
neoyorquinos The Antlers como un trío. El primer sencillo, “Palace”, prometía
un cargamento pesado de melancolía contenida en notas de piano edulcoradas y
agridulces que me recordaron de inmediato a Hospice
(2010), su álbum más reconocido hasta la fecha. Y luego nada. Mis primeras
escuchas fueron difíciles: en la superficie había canciones planas, faltas de
catarsis, envueltas en una sección de metales exagerada, y muy parecidas entre
sí. Pero resulta que esta vez los defectos estaban más en la forma que me
aproximé al disco que en él, puesto que Familiars
no es Hospice. No es un disco que
busque derruirte, llevarte a las lágrimas. Es uno que busca acompañar tus horas
nocturnas, reflexivas, y hundirlas en un trance de melódica elegancia zen.
Darby Cicci abandona las capas
brillosas de sintetizador aplicadas a su LP anterior, Burst Apart (2011), y prefiere el sonido clásico del piano, además
de contribuir con trompetas (a las cuales les agarré cariño con cada escucha).
Michael Lerner toma las brochas en varios puntos del álbum, acentuando un gran
trabajo jazzero y líquido en la batería. Si quieren una comparación, esto suena
al Talk Talk de Laughing Stock con
una mayor sensibilidad pop. Pero como es usual en ellos, las letras de Peter
Silberman son espectaculares. En 9 piezas cuya estructura lírica recuerda más a
un poema que a otra cosa, Silberman describe una relación interior atribulada
pero en proceso de sanación, una forma de ver el mundo mucho más reconciliada
con la realidad que en sus obras más tempranas. Quizá por ello sentía algo
anticlimático sobre Familiars al
principio. Y es que esta es una obra en paz consigo misma hasta cierto punto,
mas ello no la hace falta de interés artístico, puesto que para sanar hace
falta plantearse a uno mismo algunas de las preguntas más difíciles y saberlas
responder de algún modo, aprender a vivir mejor —y eso es precisamente lo que
sugiere Familiars cuando finalmente
revela su esplendor acallado.
Track Picks: “Palace”,
“Hotel”, “Parade”, “Surrender”
62 min.
Folk contemporáneo/Americana/Slowcore
4.6
En su álbum anterior bajo el nombre
Sun Kil Moon, Among the Leaves
(2012), el cantautor norteamericano Mark Kozelek ya había dado muestras de
volverse descaradamente metanarrativo, regalándonos viñetas musicales sobre su
propia vida como compositor hastiado de serlo. Benji lleva la metanarrativa a pisos todavía más elevados,
mostrando escenas de su vida (y muerte) familiar; pero ahora Kozelek no parece
aburrido de componer canciones. Al contrario, en bastantes momentos de este
hermoso LP pareciera que la música es el único elixir ante la tragedia de un
mundo mortal y absurdo. Es difícil no pensarlo así con una pista inicial tan
arrolladora y significativa como “Carissa”, en la que Kozelek declara estar
buscando poesía para darle significado a la innecesaria y accidental muerte de
su prima. Del mismo modo, en “Truck Driver” el artista nos relata una escena en
el funeral de su tío, durante el cual él levanta una guitarra y pone en trance
a toda la familia, llevando a cabo una especie de rito de sanación musical. Benji se siente como una visita al
cementerio, una que repasa familiares, asesinos seriales e incluso la inocencia
de la juventud. Es probablemente el álbum más conmovedor que he escuchado desde
Hospice (2010), de The Antlers, y
hace lo que hace sin vestirse de figuras retóricas ni metáforas; al contrario, Benji no se viste, se desnuda ante
nuestros oídos haciendo gala de un poder honesto, casi documental, obscena y
maravillosamente crudo. [reseña original]
Mucho se ha dicho sobre Mark
Kozelek desde que salió de tour y aparentemente emprendió una cruzada contra el
mundo entero, cometiendo la metida de pata de meterse con los indie darlings del momento, The War on
Drugs. Se quiera admitir o no, estos incidentes han tenido un efecto negativo
en la recepción (hasta entonces fenomenal) de Benji. Estuvo en todas las listas de fin de año, puesto que es
demasiado bueno para ignorarlo, pero prácticamente no lideró ninguna. Es mucho
más correcto laudar a alguien que no haya hecho nada malo, como los mismos WOD
o FKA Twigs, o incluso a un troll más obvio, que
parece hacer todo como parte de un personaje, como Ariel Pink, que
reconciliarnos con el hecho de que el hombre que escribió Benji es el mismo que escribió “War on Drugs: Suck my Cock”. Creo
que eso sólo demuestra el poder estético de la obra misma: es tan
emocionalmente redonda y bella que muchos cayeron en la tentación de idealizar
al creador. Esto es un error el 99.9% del tiempo. Kozelek no es más que un ser
humano que también, por vocación, es un artista. Y juzgar sus actos de acuerdo
al radar hipersensible del movimiento PC contemporáneo es un error doble,
puesto que Kozelek es un bastión perteneciente a otra generación (una que casi
siempre cree en una cierta dosis de bullying como formadora de carácter), salido de estratos socioeconómicos semi-rurales (retratados en el disco) que chocan
ideológicamente con nuestra forma citadina y suavecita de ver el mundo. Podemos
no estar de acuerdo con su forma de manejarse ante estos incidentes, claro.
Personalmente creo que su “Adam Granofsky Blues” (grabación donde se burla de
la forma en que del vocalista de WOD recuenta los eventos) ya fue demasiado. Pero
de ahí a pintarlo como el demonio, o como un abusador patriarcal, como dijera
la vocalista de la inescuchable “banda” Perfect Pussy y mete-cuchara
profesional Meredith Graves, hay un salto torpe y hasta insultante para las
personas que sí sufren abusos reales.
Resulta paradójico que todo este
escándalo se haya armado precisamente sobre la estela del disco más desnudo de
Kozelek, donde se presenta como un personaje casual y nada digno de
idealización (“Dogs”, “Ben’s My Friend”), precisamente porque demuestra que, a
veces, escuchamos sólo lo que queremos escuchar. La fuerza poética de Benji proviene
precisamente de la falta de artificio, de la capacidad de presentarse ante
nosotros no como un constructo estructural, una voz narrativa o una figura
mediática, sino como un ser humano más, con todo lo que eso implica. Pero muchos se
sienten más cómodos teniendo ese velo de artificio allí, pensando que alguien
que escribió 11 canciones hermosas no puede ser un ogro, ni siquiera por un
minuto. Deberíamos aprender la lección. Observemos a Kozelek, y a otros
artistas también, como entes libres de tropezar, de ser quienes son, de ejercer
su subjetividad con todas las incomodidades que ello implique. Después de todo,
son personalidades conflictivas, contradictorias y un poco locas, como la de
Kozelek, las que permiten los niveles de auto-reflexividad necesarios para
producir una obra como Benji. Y eso
es algo bueno. Muchísimo.
Track Picks: “Carissa”, “Truck
Driver”, “I Watched the Film The Song Remains the Same”, “Micheline”, “War on
Drugs: Suck My Cock” :P
Menciones
honoríficas:
Afghan
Whigs – Do to the Beast
Caribou
– Our Love
Protomartyr
– Under Color of Official Right
Woods
– With Light and with Love
Wovenhand
– Refractory Obdurate
hola, acabo de escuchar algunos de los albumes y son excelentes ! me darías tu nombre de usario en last.fm para continuar conociendo más música, gracias.
ResponderEliminar¡Hola! Espero veas este comentario porque creo que Blogger no manda notificaciones a Anónimos. Mi last.fm es dvx_dvx. Me alegra que te haya gustado la lista :) Saludos.
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